
El día que casi me rindo (y por qué no lo hice)
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Agosto de 2024.
Llegué a un punto en el que me encontraba destruida.
¿Somos realmente conscientes del daño que pueden causar las palabras?
¿Del impacto que dejan los comentarios malintencionados o los “consejos” que nadie pidió?
Llevo luchando contra la depresión desde 2013, cuando descubrí que el padre de mi hijo recién nacido me había sido infiel. Tenía 17 años.
El embarazo no fue planificado —fue un “ups” que lo cambió todo.
Pero hoy, ese “ups” es lo que me sostiene, lo que me mantiene viva y fuerte. Ese niño, que llegó en medio del caos, es mi mayor bendición.
En ese entonces, una maestra me dijo:
“No vas a llegar a ninguna parte. Terminarás como una cuponera toda tu vida.”
Toqué fondo.
Pero no busqué ayuda profesional. Me tragué el dolor y seguí.
Años más tarde conocí a otra persona. Todo parecía perfecto, pero era una farsa.
Sufrí violencia doméstica severa. Me golpeaban. Me aislaban. Me silenciaban. Al punto de casi perder la vida.
Pero esa historia… la contaré en otro momento.
Logré salir. Fui al psicólogo, y me diagnosticaron con trastorno de estrés postraumático (PTSD) y trastorno delirante tipo persecutorio.
Pero solo fui tres veces.
Volví con el papá de mi hijo. No por amor… sino por la creencia equivocada de que “un niño necesita crecer en una familia feliz”. Abandoné mis estudios en biología. Empaqué y me fui sin mirar atrás a Lexington, Kentucky.
Pero el dolor me siguió. Él cayó en las drogas.Y yo, con mi complejo de salvadora, traté de rescatarlo.
Fracasé. Toqué fondo… al punto de que quise quitarme la vida.
Me encerré en el baño con la idea fija.Hasta que escuché un golpecito en la puerta. Era mi hijo. Con su vocecita me dijo:
“Mami, ¿ya está la comida? Tengo hambre…”
Ese momento me salvó.
¿Qué estaba a punto de hacer? ¿Cómo pensaba arrebatarle su madre a ese niño inocente?
Ese día decidí tomar acción. Di un ultimátum. No fue aceptado. Empaqué mi vida en un U-Haul y me fui con mi hermana a Savannah, Georgia.
Allí, la historia se repitió.
A las 5 a.m., mi hermana me despertó para decirme que me tomara una pastilla y me fuera a buscar vivienda en un caserío. No habían pasado ni cinco horas… y ya me habían echado.
Otra decepción.
Dos semanas después, regresé a Puerto Rico. Esta vez, con una promesa: voy a cambiar mi vida para siempre.
Retomé estudios, esta vez en administración de empresas. Trabajé en un restaurante chino, por $5 la hora. No me alcanzaba para nada. Pero de ahí… nació Trish T CoCo.
(La historia completa está en “Nuestra Historia”.)
Más adelante, conseguí trabajo en Rivera Digital.
Gracias eternas a Denisse y Ángel. Me abrieron las puertas, me formaron y me devolvieron el valor que había perdido.
Durante mi bachillerato, conocí a alguien que me dijo una frase que marcó mi vida:
“El tiempo de Dios es perfecto.”
Sí, la había escuchado muchas veces… Pero esa vez la sentí. Supe que esa frase era para mí.
Estuve sola por años, y era feliz. Conocí a otra persona. Era menor que yo, sin trabajo. Le dije que no estaba en posición de criar a otro niño. Se enlistó en la Navy y se convirtió en el hombre que es hoy…
Pero la historia cambió cuando él subió… y yo, aparentemente, no.
Trabajaba para la NSA y yo, con una boutique online de bisutería, dejé de parecerle suficiente. Antes, cuando él no tenía nada, yo era una empresaria. Ahora que él lo tenía todo, yo era “una mantenida”.
Aun así, fui yo quien amuebló la casa. Con mis ventas, con mis sacrificios. Pero el abuso emocional me desgastó y le pedí el divorcio.
Volví a empezar en Puerto Rico, esta vez con mi bachillerato terminado y en medio de mi maestría.
Trabajé para el municipio de Cabo Rojo.
Desarrollé proyectos importantes, como el Bazar 9 Barrios.
Fui coronada Miss Mundo Latina Puerto Rico.
Tenía la tienda, mi hijo, la maestría… todo al mismo tiempo.
Pero no todo estaba bien.
Las capas de dolor que había acumulado durante años empezaron a colapsar.
Y yo no lo vi venir.
Tomé malas decisiones. Me rodeé de gente equivocada. Y quebré.
Un día, mi empleada Pamela me encontró llorando, tirada en el piso del baño de mi tienda.
No sabía quién era.
Había perdido mi norte.
Había perdido mi propósito.
Toqué fondo…
Esta vez, más profundo que nunca. Y no fue un solo evento, fue la suma de todos mis traumas no tratados.
Decidí cerrar la tienda y cuando la cerré… me quebré aún más.
Había construido lo que muchas sueñan: una tienda propia antes de los 25.
Y la dejé ir. Sentí que había fallado.
En un evento benéfico, leyeron mi biografía:
Mujer resiliente. Empresaria. Con maestría. Fundadora de Bonanza Consulting y Trish T CoCo. Líder comunitaria. Miss Mundo Latina USA.
No me reconocí...
Sentí que hablaban de otra persona.
Ahí supe que el síndrome del impostor se había apoderado de mí.
Sentía que era una fracasada.
Que mi familia estaría mejor sin mí.
Que mi hijo merecía algo más.
Ese fue el día en que casi me rindo.
Pero no lo hice.
Porque pedí ayuda.
Porque fui a terapia.
Porque me tomé en serio mi salud mental.
Porque dentro de mí había una voz —aunque tenue— que aún creía en mí.
Recordé lo que me había dicho aquella persona:
El tiempo de Dios es perfecto.
Y ahora lo entiendo todo…
Dios permitió ese embarazo no planificado porque sabía que ese niño sería mi sostén.
Dios permitió que cayera en brazos equivocados… para aprender a valorarme.
Dios permitió que perdiera mi tienda… para entender que mi identidad no depende del éxito externo.
Dios sabe lo que hace.
Hoy, estoy de pie. No porque mi vida sea perfecta, sino porque decidí no rendirme. Estoy sanando. Volviendo a levantar mi negocio.
Y, lo más importante: volviendo a levantarme a mí.
Y estoy.
Tricha Machado.
Real, imperfecta, resiliente.
Y viva.
¿Te sentiste identificada con esta historia?
No estás sola.
Este espacio es para todas las mujeres que alguna vez pensaron rendirse, pero eligieron pelear.
Comparte este post con alguien que lo necesite, o déjame un comentario si estas lista para escribir tu nuevo capítulo.
Te abrazo desde mi historia. – Tricha